Rosario Raro: “Lo que queremos los escritores es que la novela no acabe en la última página”

Rosario Raro, durante su visita al set de Atlántico TV.
photo_camera Rosario Raro, durante su visita al set de Atlántico TV.
“Siempre comentamos que la literatura tiene que ser verosimil, pero la vida no lo es. Ese es el desafío”, apunta la escritora

Rosario Raro (Castellón, 1971) visitó el set de Atlántico TV para hablar de su última novela, “Prohibidas en Normandía”. Cuenta la experiencia de Martha Gellhorn, la única mujer que participó en la campaña como corresponsal de guerra. Profesora de Escritura Creativa en la Universidad Jaume I, Raro combina la docencia con la literatura, con la que logró reconocimientos como el Premio Planeta 2015 por “Volver a Canfranc”, publicación vinculada con Vigo.

 

 

“Volver a Canfranc” le valió estar incluida en el mapa literario de Vigo, promovido por la Biblioteca Municipal Xosé Neira Vilas.

Se pusieron en contacto conmigo porque aparecen varias localizaciones de la ciudad, la escuela de Artes e Oficios, la playa de O Vao o las islas Cíes. Me pidieron permiso para geolocalizarlas. Eso es lo que queremos los escritores, que la novela no acabe en la última página. Con todo el trabajo que tienen detrás, los libros no pueden ser flor de un día.

Y ahora vuelve con una trama muy apasionante.

Lo que me hizo escribir este libro fue la apasionante vida de la protagonista, con todos los ingredientes de los libros que me gustan leer a mí. Fue la corresponsal de guerra más importante de la primera mitad del siglo XX.

Este es un caso en que la realidad supera a la ficción.

Suele pasar. Siempre comentamos que la literatura tiene que ser verosímil, pero la vida no lo es. Ese es el desafío. Es increíble lo que  pasó desde que le denegaron el permiso para volar desde Nuevo York a  Londres y cubrir el desembarco. Viaja en un carguero, después cruza de polizón el Canal de la Mancha y se hace pasar por camillero para pisar la playa de Omaha. Luego tiene que escapar a pie por los Pirineos porque a las periodistas no las dejaron acreditarse, y mientras a sus compañeros no les pusieron ningún problema, a ellas, si las pillaban, las mandaban a un campo de trabajo o las mantenían en arresto domiciliario.

¿Cómo pudo ser olvidada su contribución cuando ya era una profesional con una trayectoria importante, conocida por su carrera y por su matrimonio con Ernest Hemingway?

Además, es una proeza lo que hizo en Normandía. Fue la única mujer entre más de 120.000 hombres, y en la playa  solo llegaron a poner los pies en la arena tres periodistas: al que conocemos todos, Robert Capa, otro corresponsal estadounidense y Martha Gellhorn. Esa hazaña fue borrada porque consideraban que le quitaba valor, que se iba a interpretar menos que un juego de niños, una cosa de mujeres.

Pero ella no fue la única mujer corresponsal en la Segunda Guerra Mundial.

Ruth Cowan, Helen Kirkpatrick o Mary Welsh estaban en el hotel Dorchester de Londres, esperando la maniobra del desembarco. Había rumores de que les iban a prohibir ir, como pasó finalmente. Sus compañeras lo aceptaron, pero Martha siguió para adelante.

Recupera la figura de Gellhorn para la literatura, ¿pero qué pasa con la historiografía?

Yo había ido a la zona de las playas del desembarco y volví en abril. Hay muchísima documentación, los museos que hay allí tienen unos fondos de gran rigor, pero Martha non estaba por ningún sitio. Es la pieza que falta. Para mí resulta muy doloroso. Fue una periodista de raza y quien escribió la primera crónica del desembarco, que nunca se publicó. Unas cinco semanas después pareció una nota en “Collier´s Weekly” para hacerla callar. Era la revista para la que colaboraba y ella amenazó con denunciarla, aunque llevaba las de perder porque fue sin su permiso. La información que sacaron era bastante ofensiva, ya que pusieron “alguien nos contó que estuvo allí”, poniendo en tela de juicio que fuera un testimonio de primera mano. Gellhorn autopublicó la crónica entera 15 años después.

¿Cómo llega a conocer a la historia de esta mujer?

Ya sabía de ella porque había estado en cinco guerras, entre ellas la guerra civil española. El detonante fue cuando supe que era la única mujer que participó en el desembarco. La tenía como una referencia difusa hasta que me metí de lleno en la documentación, es de esos personajes que van dejando hasta que un día otro autor escribe sobre él y da muchísima rabia. Este año se cumplieron los 80 años del desembarco y me puse manos a la obra. Salió a tiempo, dos meses antes de que se cumpliera la efeméride, por lo que la novela ya llega un recorrido.

Parece que ha sido un proceso largo, ya que usted misma desveló que cada capítulo se escribió en el lugar donde sucede.

Esta novela me ha costado como las cuatro anteriores juntas. Fue muy exigente en cuanto a todos los datos e información de tantos lugares. Soy consciente de que es un privilegio poder escribirla en su localización. Estuve en Omaha, en San Luis y en otros escenarios de Estados Unidos, por supuesto en Canfranc, solo me falta Ushuaia, en Tierra de Fuego. Hay un personaje, Otto repite este nombre como un mantra, un oasis mental.

¿Cómo cambió Martha tras esta experiencia?

Ella decía que tenía que luchar para que no se le amargase el carácter, algunas decían que lo tenía estival. Llevaba varias guerras, pero visitar el campo de Omaha le marcó muchísimo. Era pacifista y vio las barbaridades que puede hacer la humanidad. Nunca dejó de ser corresponsal de guerra (murió con 90 años). A los 81 cubrió la invasión estadounidense de Panamá y ochenta y tantos se planteó ir a los Balcanes, luego desistió.

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