El mismo error del Celta elevado al cubo

Eduardo Coudet se despidió el pasado miércoles en una rueda de prensa tras dos años en el Celta.
photo_camera Eduardo Coudet se despidió el pasado miércoles en una rueda de prensa tras dos años en el Celta.
La entidad celeste volvió a empezar el curso sin fe en el técnico, como con Fran Escribá y Óscar García

Demasiadas veces, el simple comentario ‘es fútbol’ encierra incapacidades o tendencias autodestructivas. Cuestiones que se escapan a la previsión casi por tradición; que rechazan la visión empresarial casi por necesidad. Pero el Celta ha vuelto a tropezar esta temporada en un error más que conocido echando la vista atrás y sin necesidad de tener demasiada memoria. Más allá del acierto o desacierto en la elección de un entrenador, factor fundamental que muchas veces queda desdibujado tras el más vendible mercado de jugadores, el equipo vigués ha iniciado tres de las cuatro últimas temporadas con un entrenador que no convencía al club ni se amoldaba al proyecto. Y, en tales condiciones, el desacierto ha sido del 100%, como demuestran las destituciones en pleno mes de noviembre de Fran Escribá, Óscar García Junyent y, ahora, Eduardo Coudet.

Por capítulos. A Fran Escribá se le mantuvo en el puesto como agradecimiento a la salvación previa, pero no se tuvo en cuenta su perfil en el diseño de la nueva plantilla. Fue el verano de la operación retorno, aplaudida sentimental y futbolísticamente aunque no cuadrase con el perfil del técnico. En Príncipe se sabía, pero se confió en la divina providencia. No demasiado, claro está. Hasta noviembre.

En el caso de Óscar García Junyent medió la pandemia y aquella temporada que terminó pasado el final de los contratos. Se apuró el club para no dejar al equipo sin conductor  pero la deriva de los últimos meses, con una salvación milagrosa, no llevó a tomar decisiones de cara a la siguiente campaña. Y eso que desde el vestuario había voces advirtiéndolo. Se comenzó una nueva andadura y aquello acabó como el rosario de la aurora.

Eduardo Coudet vino, precisamente, a deshacer tanto entuerto. Y lo logró. Con ese ánimo de la primera temporada, las dos partes acordaron un contrato largo de tres campañas más, lo que supuso para ambas partes la necesidad de blindar una posible  salida. Tanto el club como el técnico argentino aprendieron que el largo plazo, por desgracia, ata más que une. 

Porque el progresivo desencanto de la directiva celeste, especialmente del presidente, Carlos Mouriño, propició la operación Luís Campos. Hubo desacuerdos de mercado (Orbelín), desacuerdos de gestión de club (cantera) y desacuerdos por declaraciones. Quedaba en manos del director general, Antonio Chaves, tratar de cuadrar el círculo: dos visiones diferentes del fútbol dentro de un mismo equipo y, lo que es peor, de un mismo mercado. Hubo cesiones por las dos partes pero de las que se dejó constancia.

Mouriño, dentro siempre de su papel, para lo bueno y para lo malo, presidencialista, se enfrentó con Coudet. En verano estuvo  sobre la mesa la ruptura porque ya era notorio que había dos líneas de pensamiento que llevarían a dos líneas de acción. Pero en Príncipe se descartó tal opción. Fue, además, una pretemporada complicada, con un largo viaje sin apenas jugadores y con escaso tiempo para ir acoplando la mayoría de las piezas. Las tensiones, pues, fueron aumentando en lugar de menguar. 

Y en este caldo de cultivo, cayeron como gotas desbordantes los resultados. El trato personal pasó de tirante a inexistente, en el peor de los casos. La convicción de que, una vez más, se había errado en el planteamiento inicial fue calando en las oficinas del club. Y Carlos Mouriño ejerció de ejecutivo. Incluso en la dramatización de las  últimas horas de Coudet dejó palmario el presidente su desapego personal, más allá del profesional. Él mismo fue a buscar a Carlos Carvalhal; y, a continuación, se ausentó de la  despedida del técnico argentino. A rey muerto, rey puesto.

Realmente, y pese a sus sobresaliente diferencias, no ha habido pulso directo entre Luís Campos y Eduardo Coudet. El pulso fue interno en el club, entre el desapego creciente y lo firmado. Lo de arbitrar una salida al contrato del argentino el próximo junio era ya reconocer que el proyecto era otro. No había equilibrio posible porque el árbitro, el club, ya había decidido realmente.  Otra vez en la misma piedra. Es fútbol.

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