Opinión

En el aniversario de Mons. Diéguez Reboredo

El pasado martes 18 de julio, se cumplió un año del fallecimiento de Mons. José Diéguez Reboredo, que fue obispo de Tui-Vigo desde julio de 1996 hasta enero de 2010. Con tal motivo, la diócesis de Tui-Vigo celebrará por su eterno descanso un funeral de primer aniversario,  el próximo viernes 21 de julio, a las 11 horas, en la catedral tudense. 
En un comunicado publicado el pasado año, el actual prelado tudense definió a así a su predecesor “Don José”, como se le conocía: fue “una persona entrañable de gran sensibilidad. Era un hombre al que no le gustaban mucho los grandes escenarios; muy humilde, con una cercanía personal y una absoluta entrega. Destacaba por su profunda fidelidad hacia todos los que lo habían tratado y cuidado. Damos gracias a Dios por su presencia en nuestra diócesis de Tui-Vigo, a la que quería mucho, y pedimos que nos siga protegiendo desde el cielo”.
A mí me siguen impresionando, porque le retratan,  al descubrir su honradez humana y su profunda espiritualidad realista – llevaba el cálculo matemático cosido en la mirada y en la voluntad-, las palabras de su carta al Nuncio al presentar la renuncia a la diócesis por cumplir los 75 años, suplicando que se acelerase cuanto antes el nombramiento de un sustituto.  Decía así:  “a causa del infarto en hemisferio cerebroso izquierdo sufrido recientemente, según los médicos debo implicarme lo menos posible en la actividad que el obispo diocesano ha de llevar a cabo. Me dicen que evite toda preocupación, esfuerzo o disgusto en los próximos meses, más esto, Excelencia, me resulta muy difícil, por no decir imposible, el cumplirlo. Por eso…” Y es que don José era así: incapaz de no implicarse, de no comprometerse, de esperar a ver y mirando para otro lado ante las dificultades, de perder el tiempo, de estar sin hacer nada, ¡con lo antieconómico e inmoral que es ese trabajo! Su agenda estaba siempre repleta para llamar, recibir o ir a visitar a los responsables de arciprestazgo, de congregaciones, movimientos, cofradías o fundaciones, a fin de recibir información concreta de cada uno y para poner al día o revisar los estatutos o reglamentos y evaluar los compromisos y proyectos en marcha. Tenía toda la diócesis y sus necesidades concretas en la cabeza y en todo momento. Le encantaba visitar para animar y ayudar a las comunidades de religiosos y religiosas varias veces al año, así como a los seminaristas y sacerdotes mayores y se preocupó y mucho porque los más jóvenes aprendieran a vivir la fidelidad y fraternidad sacerdotal desde los inicios de su ministerio. Y toda esa frenética actividad la llevó sin aparentar ni hacer ruido, con la callada humildad y silenciosa eficacia de los que pasan por  el mundo haciendo el bien y haciéndolo bien hasta el final. De hecho la última enfermedad le sorprendió ejerciendo de capellán de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados de Santiago de Compostela, servicio que, agradecido, le había solicitado Mons.  Julián Barrio.
Estoy convencido de que muchos de los responsables de instituciones diocesanas podrían corroborar con datos muy concretos la aportación y el impulso recibidos de don José Diéguez durante su episcopado; sin embargo, para no alargar en demasía ese recorrido, es indispensable hacer referencia a lo que significó la convocatoria y realización del Sínodo diocesano, el que vivimos en los años 2002 al 2006. Tal y como quedó escrito: “la movida eclesial probablemente antes nunca alcanzada y que fue un refrescante baño de optimismo y de eclesialidad para todos”. Recogen las crónicas que este obispo, humilde y sencillo, sin grandes dotes de intelectual, pero realista y matemático controlador, apoyó y bendijo el que durante varios años más de 500 grupos de fieles reuniéndose juntos (en sinodalidad, ahora que se ha puesto tan de moda aunque solo sea el vocablo) hicieran la aportación de 20.000 sugerencias luego concentradas en 146 propuestas sinodales, “que serán en adelante carta de navegación de nuestra acción pastoral. Nos quedan muchas singladuras por vivir para llevarlas a cabo.” (Mensaje final del Sínodo).
Descanse en paz don José Diéguez, el infatigable obrero de la viña del Señor y haga fructificar desde el cielo nuestros deseos de fidelidad a la Iglesia así como las ansias y el afán evangelizador. Una vez más, muchas gracias don José.

(*) Sacerdote y periodista

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