Opinión

En recuerdo del juez al que todos apreciamos

Poco o nada se puede añadir que el sentimiento de pesar por el fallecimiento del magistrado Antonio Romero, salvo recordar su amable sonrisa, sus portes de caballero y su calidad como persona y como juez. Sin embargo, me atreveré a dar una nota más sentimental que otra cosa por el trato que tuve ocasión de mantener con él como periodista y profesor de Derecho de la Información, debido a una feliz coincidencia: El juez Romero pertenecía a una de las mejores y más fecundas promociones de Derecho de la Universidad de Santiago, a la que pertenecía mi maestro y decano Manuel Fernández Areal, de la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la Universidad de Vigo.
Esta circunstancia dio pie a que pudiera mantener con Antonio Romero una frecuente relación, acrecentada cuando bajo su periodo al frente de la Judicatura de Vigo pudimos llevar a cabo unas inolvidables jornadas sobre Comunicación y Justicia en la que convivimos jueces, profesionales del periodismo y profesores de Derecho de la Información como yo mismo y Manuel Fernández Areal, en la que tanto aprendimos todos.
En ese sentido, todos recordamos y tenemos como ejemplo una sentencia del juez Romero en un asunto controvertido sobre el motejo que los periodistas dedicaron a un alto cargo de la Xunta de Galicia, conocido por su afición a los porcentajes. Antonio Romero nos demostró que tenía claro el sentido común, que siempre se recomendó como cualidad primera de un juez y sobre todo el alcance real de la libertad de expresión que consagra la Constitución.
Era especialmente grato cada vez que nos encontrábamos la breve, pero siempre enjundiosa, conversación que manteníamos. Sit tibi terra levis, que la Tierra le sea leve, como dice el viejo aforismo romano, a este hombre bueno y juez justo al que tanto apreciamos todos.

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