Opinión

Pasajeros sin tren

Al contrario de lo que ocurre en Cataluña, la red de ferrocarriles de cercanías que sirve la Comunidad de Madrid no ha sido trasferida a la Administración autonómica y sigue perteneciendo a Renfe y dependiendo del ministerio de Trasportes que gobierna Óscar Puente. Ayer lunes, el público usuario de la  estación de Atocha contemplaba entre pasmado y estremecido cómo una larga fila de viajeros se aproximaba a la  estación madrileña caminando por la vía. Llegaban en grupos, maltrechos y cariacontecidos tras permanecer una hora encerrados en uno de los trenes de cercanías que cubre el tráfico periférico de Madrid, que se quedó parado -según la nota emitida por Renfe- a la altura de la calle de Téllez, como consecuencia de una avería en la señalización del recorrido. Los pasajeros, ante la evidencia de que el tren estaba detenido y no había señas razonables de que reemprendiera su camino tras una hora larga de parada, recurrieron a accionar la alarma para que se abrieran las puertas y poder cubrir a pie el trayecto que los  separaba del final de su destino. Ayer, el ministro Puente no solo no quería contestar una palabra sobre su incalificable reflexión sobre el presidente Milei y su supuesta afición a consumir sustancias no permitidas, sino que tampoco estaba en la intención de responder sobre los desastres continuos y no subsanados del departamento que dirige. Si bien el Gobierno de Sánchez puede no incluir los desmanes verbales del titular de Transportes en la llamada “maquinaria del fango”, y atribuir la magnificación de esas alusiones a la ultraderecha atrincherada en los bancos de la oposición, no puede culpar por el momento de los fallos en el trasporte por ferrocarril a las intenciones aviesas del PP, aunque todo puede ocurrir. Los viajeros que llegaban resignados a la estación caminando en fila india por la vía, reflexionaban sobre el ministro: “está más preocupado de lo que desayuna Milei que de nosotros” reclamaba uno de ellos harto de situaciones por el estilo. Ayer, la cosa pasó a mayores. Hubo desmayos, vomitonas, agobio y mucho  desconcierto.

Mientras, Ábalos negaba todo en el Congreso, se preguntaba al ministro de Exteriores por la crisis de Argentina. Y respondía atónito: “¿Crisis?, what crisis?” Como Supertramp ya había dicho en su día.

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